En los últimos años, gracias sobre todo a la inmediatez de las nuevas tecnologías, se ha popularizado y democratizado un género apasionante que los grandes fotógrafos iniciaron ya en el siglo XIX y XX: el street photography. Si tuviera que describir este género de una manera gráfica lo explicaría como aquel momento en que te sientes llamado a hacer una pequeña travesura, a hacer una pequeña trampa, a realizar un pequeño hurto, que no es otra que poseer un instante de una persona y inmortalizarlo para siempre.
Los entendidos dicen que el street photography se diferencia de la fotografía documental o el fotoperiodismo por su vertiente anecdótica más que histórica. Por tanto, la rapidez del “momento decisivo” es crucial para capturar la esencia de un momento fugaz. O disparas o mueres, o cazas o te quedas sin presa, o realizas la instantánea o te quedas con las ganas. De ahí la fechoría, no hay tiempo para pedir permiso, no hay tiempo para preguntar o buscar complicidades y de ahí que a veces la única manera de obtener el gran botín, ese momento único sea sin avisar, de escondido, como un cazador furtivo.
En este pequeño artículo queremos ilustrar con imágenes de un viaje a Marruecos de 2016, realizadas por las calles de Marrakech y Essaouira. Se puede hacer la prueba, pero generalmente a la gente de estos lugares no les gusta ser retratados, siempre se puede pedir permiso, yo lo intenté, pero en un 90% de las veces me decían que no, en un 9% me pedían dinero , y en un 1% sonreían y me decían que sí. He aquí unas fotos robadas, desencuadradas, incluso desenfocadas pero por encima de todo son unas instantáneas que tratan de buscar tanto el momento como el documento, y para mí esta es la única manera de obtenerlas: disparando desde las entrañas.
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